Málaga, 7 de Marzo de 1810. Si antes de conocer personalmente a nuestro Soberano ya le amábamos por las noticias que de sus relevantes prendas recibíamos de todas partes; ahora que ya hemos tenido la dicha de verle, y de oír de su boca los sentimientos de paternal beneficencia que le animan, nuestro júbilo llega al punto de entusiasmo, y excede toda ponderación. El carácter de los malagueños es la sensibilidad más exquisita: esta se había hallado en un continuo y doloroso tormento al vernos oprimidos por el poder más tiránicos, auxiliado de los forajidos de este depósito de presidiarios puestos en libertad, y armados por los usurpadores del mando. ¡Estos eran los instrumentos que empleaban los que enmascaraban su abominables pasiones con los respetables nombres de religión y patriotismo! Los honrados y sensatos habitantes de esta ciudad no se dejaron seducir de tan falsas suposiciones; con conocían y abominaban a aquellos monstruos, parte de los cuales ya han recibido el castigo debido a sus delitos; pero el más cruel terror tenía oprimida la voz y los ánimos de todos; la menor insinuación de descontento era considerada como delito de alta traición se suponían traidores a todos los que tenían mas bien acreditada su opinión de instrucción, talento y amor a la Patria, mayormente si reunían a estas cualidades el tener algo que robarles. Estaban designadas para el último suplicio las personas mas respetables de esta ciudad, y á poco que se hubiera retardado la venida de nuestros libertadores, esta ciudad hubiera sido el teatro de las tragedias más atroces. Ya que no pudieron más, pusieron a esta ciudad en el más terrible compromiso con es frenética pero cobarde resistencia; su feroz deseo fue sin duda envolvernos a todos en su ruina. La generosidad del vencedor no les ha permitido gozar de esta funesta satisfacción.
Apenas podemos respirar libremente no se ha sido más que un grito unánime de execración contra aquellos monstruos; se han publicado varios escritos llenos de las ideas más sanas y patrióticas, que iremos insertando en este periódico. Entre ellos merecen la principal atención el siguiente de un eclesiástico, no menos respetable por su probidad y patriotismo, que por su instrucción y talentos.
Don Francisco Javier Asenjo, canónigo dignidad de arcediano de Antequera, en esta santa iglesia, predicador de S.M., subdelegado apostólico de cruzada, teniente vicario general de los reales ejércitos en esta plaza y su departamento, presidente de la junta de gobierno de este obispado.
A todos los sacerdotes seculares y regulares de la diócesis de Málaga, salud en nuestro señor Jesucristo.
El Todopoderoso, en cuyas manos están los destinos de las naciones y la suerte de los imperios, ha dispuesto que reine sobre estas regiones el Señor D. José Napoleón I. La divina Providencia, haciendo marchar la victoria delante de sus ejércitos, ha allanado todos los obstáculos, ha facilitado todos los caminos para que así se verifique; y el hombre de bien, el ciudadano tranquilo, el que ama su país y no quiere verle parecer, debe conformarse sumiso a los adorables decretos del Altísimo, que en vano intentaría resistir la debilidad humana. Un solo pensamiento que desdiga de esas máximas es ya un delito contra el patria, que agravando sus males podría acarrear su total exterminio; es una temeridad infructuosa digna del mayor castigo; y cuantos abriguen máximas contrarias a la sumisión y lealtad jurada al nuevo Monarca, deben reputarse como verdaderos detractores del reposo público, que solo puede recobrarse con la absoluta adhesión al gobierno que acaba de establecerse. Los planes de prosperidad que prevemos para en adelante, las artes y la industria, la agricultura y todas las fuentes de la prosperidad, ¿Cómo podrán tener lugar entre el estrepito de las armas, el estruendo de los ejércitos y de las devastaciones que indispensablemente acompañarían la infructuosa obstinación, que las mas viles pasiones han fomentado en los últimos días a costa del inocente sacrificio de todos los buenos? ¿Y cómo es posible que los ejércitos dejen de pasar sobre nosotros interín no demos pruebas reiteradas y constantes de que recibimos gustosos la dominación en que hemos entrado? Convenzámonos una vez, y hagamos entender a los pueblos, de cuyas conciencias somos rectores, que nuestra salvación, nuestra felicidad está unida íntimamente a nuestro sosiego y a nuestra tranquila dependencia. Ministros del santuario, sacerdotes del Dios de paz, nosotros que por la superioridad de nuestra educación y nuestras luces tenemos influencia sobre los demás fieles, no omitamos momentos en repetir a nuestros oyentes estas saludables máximas. Bastantes desastres ha producido ya la resistencia inútil; los campos yermos y asolados, cubiertos de cadáveres, regados con sangre humana, fruto funesto de esta lucha desigual y desesperada; todos los otros males innumerables que pesan sobre nuestra cabezas, sirvan de una vez de escarmiento y ejemplo de la conducta venidera. Paz, obediencia, sumisión a la potestad jurada, que desde el mismo momento empezó a ser legítima, esto es lo único que puede remediar nuestras dolencias, y cicatrizar nuestras profundas heridas.
Sean estos nuestros continuos clamores a los pueblos; formad de este modo la opinión pública para que sucediendo el amor y y la quietud hacia un REY benigno y compasivo, veamos acercarse el día en que rodeado de todos sus vasallos, pueda dedicarse a hacer la felicidad de España.
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