El Romeral de Alhaurin

miércoles, 22 de octubre de 2025

EL BUZON

 

EL BUZON

Ya no se reciben cartas. Ni aquellas postales de colores sobresaturados que mandaba la familia cada vez que se iba de vacaciones, las cuales servían como única referencia de aquel destino lejano e ignoto en los tiempos de inopia anteriores a Wikipedia. El monumento de turno, maravilla del mundo, con el matasello torcido de la ciudad en cuestión, la playa de dorada arena con sus casetas para el baño y sus sombrillas multicolores, su paseo marítimo de suelo ajedrezado por el que desfilaban en bikini las turistas extranjeras y algún que otro señor con sobrepeso y gafas de sol luciendo Meyba. Postales de flamencas bailaoras con falda bordada cuyos encajes abultaban dentro del sobre como si este contuviese una aerofagia de gases.

Tampoco se reciben ya cartas de enamorados, con besos manchados de carmín y prematuras promesas de amor eterno firmadas en las arrancadas cuadrículas perfumadas de un cuaderno. Ni cartas de soldados de reemplazo haciendo la mili lejos de casa, contando batallitas o los efectos del desapego. Ni misivas de aquel familiar tan lejano que ni siquiera tenía teléfono y que por carta te informaba del fallecimiento de esa tía, a la que en casa ya nadie ponía cara, y que estaba tan mayor y con una salud tan delicada que ni El Señor pudo remediar lo irremediable. Incluso el recuento de christmas navideños, que amenazaba con ser imperecedero, con los años va en franco descenso.

Y es que la tecnología ha exterminado aquel romántico proceso que suponía sentarse a echar un rato escribiendo unas letras, con cuidada o deficiente ortografía, para así dar rienda suelta a lo que te saliese del alma en forma de prosa o verso. Por estos adelantos, las nuevas generaciones se han perdido el áspero sabor de la superficie engomada de un sello postal, así como el acre regusto del cierre adhesivo de un sobre, y la eterna duda, de si la carta, deslizándose por la pendiente de la ranura, habría entrado bien o mal en la saca del buzón de correos. A cambio la ciencia nos ha traído emoticonos, gifs y memes en abundancia, que serán reenviados por un clic táctil desde el teléfono móvil, a fin de demostrarte, de una forma indolente, que aún me acuerdo de ti, que te sigo queriendo con la locura de esos corazoncitos palpitantes que con una implosión de infarto se abren candorosamente formando una lluvia de pétalos amorosos, y que aunque tú primo ya no haga la mili desde que la quitaron, la tía, aquella a la que no pones cara, en contra de lo previsto sigue gozando de una mala salud de hierro, y tiene ahora un iPhone desde el que esta navidad te felicitará por WhatsApp con un muñequito de nieve que baila graciosamente al ritmo del Ring the Bell.

Son los efectos del progreso evolutivo, el cual ha finiquitado incluso la original utilidad de tu email como receptor de correo si deseado.

El comunitario, aquel de forma física que en el portal lleva una etiqueta con tu nombre y piso, se ha quedado para tragar indigestas facturas a cucharazos de cartero, y ya nada afectivo alberga en su interior: ni tiernos besos epistolares, ni sucesos de milicia, ni desventurados malos augurios de familiares caídos en el olvido. Únicamente la cuenta de la luz, el agua, el gas … y todos aquellos otros gastos cargados al crédito económico que tenga cada uno.

Pero sobre todas las cosas, el buzón cumple la inútil labor de ser el depositario de la publicidad de tu ciudad. De los habituales folletos y flyers que todos los días, inasequibles al desaliento, te introducen los buzoneros por esa ranura que da acceso a tu vida. El mailing del hipermercado más cercano con sus ofertas de productos tres por dos, el panfleto de ese almacén de sofás de cuestionable calidad que han abierto en el polígono, el perching de la academia de idiomas que hay al final de la calle, el díptico del menú a domicilio de la pizzería y el restaurante chino, el tríptico de la inmobiliaria de la esquina que te quiere comprar tu vivienda o venderte otra, la octavilla del banco ofreciéndote la hipoteca perfecta para llevarlo a cabo, las tarjetas del cerrajero, fontanero y el electricista para un caso de apuro, el catálogo de Ikea …

Todo ese fastidioso correo comercial en suma que se te cae al suelo cada vez que abres el buzón, y que entre maldiciones va directamente a la papelera para ser reciclado, probablemente, en nuevos folletos. Un ciclo estúpido y estéril en este tiempo en el que el marketing 4.0 ha hecho que una simple búsqueda en internet, sea convertida por tu navegador en un banner que insertará en tu pantalla, ese producto por el que tanto te interesas sea cual sea la página que abras.

El tradicional del llamado buzoneo, en esa persuasión que la publicidad convierte en necesidad, hace muchos años que perdió mí atención como cliente potencial. Y es que como decía el filósofo de los negocios Peter F. Drucker: No hay nada tan inútil en el mundo, como hacer con gran eficacia lo que no debería hacerse en absoluto.

Málaga, 22 de Octubre de 2018

EL GRAN ALF-ALFONSO ZM

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