El Romeral de Alhaurin

miércoles, 25 de abril de 2018

JARDIN BOTANICO DE LA UNIVERSIDAD DE VALENCIA



Jardín Botánico de la Universidad de Valencia
Decreto 134/2006, de 29 de septiembre, por el que se declara bien de interés cultural, con la categoría de jardín histórico, el Jardín Botánico de la Universidad de Valencia.

A.      Datos históricos
Se tiene noticia de huertos de plantas medicinales que se remontan al siglo XVI, en estrecha dependencia con la enseñanza de la medicina en la universidad. La referencia más antigua es del año 1567, cuando los Jurados de la Ciudad, al nombrar a Joan Plaza, doctor en medicina, le adscriben la obligación de herborizar -recoger especies- y que cuente con un huerto en el cual se plantan dichas hierbas necesarias para la docencia.
Posteriormente, en 1631, se tiene noticia de varios episodios y localizaciones sobre estos huertos de hierbas medicinales y sus doctores y catedráticos responsables, pero sin continuidad asegurada.
En 1733 se habla desde la Universidad de un recinto que debe facilitar la ciudad, pero no será hasta 1757 cuando el rector Lores proponga directamente la creación de un Jardín Botánico integral y completo (huerto, museo, espacio de docencia y de conferencias, anexos de servicios, etc.) en una ubicación próxima a la Alameda.

En 1778 la ciudad aprueba estas previsiones, pero aún pasarán veinte años en hacerse realidad. Resulta evidente que esta concepción de un Jardín Botánico de miras más amplias y sistemáticas, toma cuerpo en paralelo al desarrollo del estudio de la Botánica como ciencia independiente de la Medicina, que se consolida en el siglo XVIII, de la mano del reformismo ilustrado, interesado por la riqueza de la tierra y la mejora de los cultivos.

En 1767 Gregorio Mayans reclama un jardín que sea responsabilidad del catedrático de botánica pero que no descuide las plantaciones de interés para la medicina y en 1786, la Universidad de Valencia aprueba la reforma del plan de estudios con la Cátedra de Botánica Independiente de la Cátedra de Medicina, y por lo tanto, da mayor urgencia a la necesidad de un Jardín Botánico.

La Real Sociedad Económica de Amigos del País Valenciano, interesada en las mejoras de los cultivos, también quería concurrir con el Ayuntamiento a hacer realidad esta dotación científica aportando terrenos para la ubicación de la Alameda, mientras apuntaba que a los aspectos instructivos y utilitarios se había de añadir el aspecto lúdico, que pudiese servir al mismo tiempo, para el decoro, hermosura y recreo del paseo público. Pero esta conjunción no sería tan fácil, pues las dos partes querían remarcar sus respectivas prioridades, la científica y docente centrada en un repertorio sistemático representativo del mundo botánico, por parte de la Universidad y la más utilitaria de aplicación a la agricultura, por parte de la Sociedad Económica.
La ciudad, postreramente en 1798, le cede a la Universidad los terrenos prometidos, pero bien pronto se suspenden las plantaciones, según parece por la mala calidad del suelo y las molestias producidas al vecino en el paseo de la Alameda.
Como nueva y definitiva ubicación, la ciudad ofrece en 1802 un huerto que permitía ser regado a la manera tradicional, a manta, directamente por la acequia de Rovella, llamado de Tramoyeres, situado en la calle Quart, frente al convento de Mínimos de San Sebastián y cerca del Turia, que dio origen al actual Jardín Botánico. La Universidad pone al célebre botánico Vicente Alfonso Lorente al cargo de la nueva instalación y le dota de medios para desarrollarla.

El terreno trapezoidal de unas cuatro hectáreas acogerá sobre un sistema de cuadros -sistema de Linneo- los planteles, sin descuidar la provisión de herbarios, locales para la cátedra de Botánica, cámara para los jardineros y otras dependencias. El nivel del resultado obtenido le permitiría conseguir, enseguida, gran renombre entre los de más prestigio, estableciendo relaciones particularmente con el de Madrid. Este prometedor inicio recibiría bien pronto la acometida de la invasión napoleónica, especialmente destructiva en el arrabal de Quart. Lorente también participó en los acontecimientos, fue hecho prisionero y condenado a muerte, salvándose por intervención a su favor del botánico francés León Dufour. Después del desastre y de la muerte de Lorente en 1813, el jardín no se recupera hasta la dilatada dirección entre 1829 y 1867 de Josep Pizcueta, Catedrático de Medicina, que acometió su reforma y actualización como el primero de España. Respondiendo a la petición de la Sociedad Económica se innova con experiencias de aclimatación de plantas originales de América, mientras se constituye la Cátedra de Agricultura, dirigida por Joaquín Carrascosa. Y en un proceso de convergencia que sería sancionado por la Orden Real de 1834, se mandó reunir en el Jardín Botánico las dos enseñanzas de Agricultura y Botánica, que generaría la ampliación del terreno del Jardín Botánico.

En 1843, Pizcueta, auxiliado por Félix Robillard, sustituye a la organización de Linneo por el método natural de Endlicher y, tras la reforma de estudios de 1845, recibe importantes recursos para plantaciones y también para construcciones de aclimatación, como un extenso invernadero de madera proyectado por el arquitecto Timoteo Calvo, un umbráculo y pequeñas estufas que, en conjunto, acelerarían espectacularmente el éxito y crecimiento de aquellas.

En 1856 se publicó el catálogo del jardín, con más de 6.000 especies vivientes y el herbario. De este impulso es fruto perdurable la construcción entre 1860 y 1862, de la estufa de hierro y vidrio, proyectada en 1859 por el prestigioso arquitecto Sebastián Monleón, auténtica vanguardia constructiva y lingüística en cuanto a los referidos materiales, costosa tanto en tecnología como en economía y en ejecución. De 24 m de longitud, 8,25 m. de luz y 9 m. de altura, es una cubierta acristalada de 465 metros cuadrados, orientada a mediodía, que sigue la traza de un cuarto de circunferencia, desde el suelo hasta un muro vertical generando un espacio adosado a él. Sus dimensiones podían dar acogida a ciertos vegetales como el Astarapea, Aralia, Chorisia speciosa o el ficus Benjamín que llegaba a crecer más de 5 m. y no tenía cabida en las otras estufas. Al buscar financiación la Universidad argumentaba la necesidad inexcusable, científica, para el mantenimiento correcto del centenar de ejemplares exóticos que ya tiene implantados, pero también el prestigio, pues por el número de plantas que contiene, por su lozana vegetación, puede ya competir con los primeros de Europa, y esta construcción era presentada como exponente de estar al día en las conquistas del progreso y de la ciencia. Al muro de la estufa se le añadiría más adelante una edificación adosada, rematada con una torrecilla, a modo de miramar, para dependencias de dirección y de investigación, hasta constituir un afortunado inmueble que aún perdura. Lamentablemente no ha llegado hasta nuestros días otros elementos de interés como las mencionadas construcciones de madera, los primitivos umbráculos e invernadero, a pesar de que este último fue reconstruido, según proyecto de 1867 del arquitecto Ildefonso Fernández, del que tenemos constancia gráfica. Seguramente serían sustituidos por los actuales de hierro, durante el último cuarto del siglo XIX. Posteriormente hacia final de siglo, bajo la dirección de Arévalo Baca, se construyeron las pequeñas estufas situadas al lado del plantel de semillas, y se concluyeron las obras, en 1888, de la estufa de mayor dimensión, llamada también de la balsa por la proximidad de los dos elementos, concebida según el modelo de la ya descrita en 1861. En el año 1900, se inauguró el actual Umbráculo, también de hierro, sobre un cuerpo de ladrillo, obra inspirada en las marquesinas ferroviarias, proyectada en 1897 por el polifacético arquitecto madrileño Arturo Mélida Alinar que vendría a completar la dotación del recinto y ofrecerle uno de los espacios más atractivos para su disfrute.

Otros momentos históricos de interés fueron la incorporación del Jardín Botánico a la facultad de Ciencias, mientras que, bajo la dirección de Rafael Cisternas y Fonseret (1867-1876) y, más tarde, de Josep Arévalo Baca (1876-1888) se incrementarán las actividades de la Escuela Botánica del recinto y el carácter práctico y experimental de sus plantaciones, impulsadas por el auge agrícola del momento. En 1878 se produce la extensión septentrional que va a configurar el recinto que ahora conocemos, mientras que la relación urbana respecto de las calles Beato Gaspar Bono y Quart no cambia hasta el presente siglo XXI. Entre 1879 y 1880 se produce la implantación del recinto colegial de San José o de los Padres Jesuitas. A partir de la riada de 1957 y gracias a la tenacidad del director Ignacio Docavo, se produce el rescate del jardín y la reconstrucción de diversas construcciones degradadas, entre 1962 y 1968, procurando incorporar otros elementos de interés sobre las ciencias naturales. Posteriormente, siendo director el también catedrático Manuel Costa, se procede a la rehabilitación integral del jardín (saneamiento de las plantaciones, alternativas de irrigación, el cuidado de sus cuadros, etc.) y los elementos arquitectónicos más característicos (cerca del recinto, invernaderos, estufas, umbráculo, pabellón.). También se construye el llamado edificio de investigación sobre las expropiadas edificaciones recayentes a la calle Quart. En la actualidad, además de la preservación del jardín histórico, se trabaja en su continuidad como centro de estudio, búsqueda, desarrollo y divulgación de la cultura botánica. Investiga sobre flora, biosistemas y vegetación. Participa en proyectos internacionales relacionados con la biodiversidad vegetal y el estudio de plantas autóctonas. Dispone de biblioteca, herbario y germoplasma. Promueve congresos de especialistas y jornadas, encuentros y exposiciones divulgativas. En este momento el Jardín Botánico de la Universitat constituye un espacio científico y docente, vegetal, arquitectónico e histórico, y además caracterizador del paisaje urbano.

B. ESPACIOS ARQUITECTÓNICOS
El propio recinto, delimitado por cerca maciza, la acequia de Rovella y las edificaciones adosadas que le rodean.
La acequia de Rovella, a su paso por el recinto y el registro de servicio. La estructura de cuadros y parterres históricos -la Escuela Botánica- con las antiguas acequias que los alimentaban, así como las trazas básicas o principales del resto. El Edificio Central -antigua dirección- y el invernadero mayor tropical a él asociado.
El Umbráculo. El Invernadero de la Balsa y el estanque que le da nombre. Las cuatro estufas o invernaderos menores de exhibición. La Caseta del Romero y el invernadero de propagación asociado. La antigua Caseta de Semillas o plantel, posteriormente caseta del Gabinete de Didáctica y de la Escuela de Agricultura. El Pabellón, antiguo taller y acuario, actual Unidad Didáctica de Botánica (sala de exposiciones).

C.      Ejemplares de relevancia botánica
Colecciones vivas.
La Escuela Botánica constituida por la colección de las plantaciones de los 16 cuadros de la zona sur, más antiguos (concebidos desde origen), dedicado a las plantas vasculares (gimnospermas y angiospermas) destacando, por su porte y antigüedad los ejemplares de coníferas (Pinus, Cupressus, Cedrus, Taxodium), un excepcional Ginkgo Biloba, palmeras, etc.
Las palmeras, bien representadas (más de una quinientas de especies) al aire libre en varios enclaves del jardín, y en invernadero, las tropicales. Las plantas acuáticas, en las balsas del jardín. La montañita, con rocalla, riachuelo y arena para los ambientes de diversas plantas mediterráneas y endemismos. Los cuadros de especias de uso alimentario: cítricos, frutales y plantas de huerta. Las plantas suculentas, de adaptación a la adversidad de ámbitos secos y calurosos de todo el planeta. Céspedes y coníferas, en un ámbito único, referentes de la cultura jardinera anglosajona. Las plantas medicinales más arraigadas al nuestro entorno. Las plantas de interés económico para la vida cotidiana: proveedoras de alimentación básica por animales y personas, y de tejidos. Las plantas exóticas, carnívoras y orquídeas, protegidas por los invernaderos. Las plantas de sombra, en el umbráculo.

Colecciones secas.
El herbario. Unos 40.000 pliegos, recopilados desde 1957 y procedentes de donaciones e intercambios.
El Banco de Semillas, de obtenciones propias o de intercambio, en particular de nuestro ámbito, endémico y amenazado.
Escultura: Busto del naturalista valenciano Simón de Rojas Clemente del escultor Carmelo Vicent.

D. ENTORNO
Se trata de una zona singular cuyas primeras implantaciones fueron la antigua alquería y huerto de Tramoyeres, donde luego se ubicó el Jardín Botánico en 1802, el convento de Mínimos que daría paso en 1725-39 a la actual iglesia de San Miguel y San Sebastián (Bien de Interés Cultural, con categoría de Monumento, declarado en 1983) y otros huertos y alquerías.
Posteriormente estos huertos fueron elegidos para la construcción en 1879-80 del Colegio de San José o de los Padres Jesuitas, sobre el Paseo de la Pechina, como eje más prestigioso de la expansión urbana oeste de la ciudad. El colegio fue concebido como edificación exenta en medio de una parcela ajardinada. Fue proyectado por el arquitecto José Quinzá Gómez como un tridente de naves presidido en su nave central por la capilla, en estilo neobizantino del arquitecto Joaquín María Belda Ibáñez, que a la muerte de Quinzá se haría cargo del proyecto. En la actualidad, la porción noroeste del primitivo recinto colegial tiene atribuida una edificabilidad potencial por el planeamiento que, en caso de materializarse, precisa atenerse a las condiciones características de este frente urbano, antiguo Ensanche Oeste y hoy parte del Conjunto Histórico de la Ciudad de Valencia. El Jardín Botánico y el colegio de San José constituyen, en su posición extrema noroccidental, un ámbito identificatorio y nuclear de dicho Ensanche protegido de la ciudad, a su vez, límite respecto de la trama residencial que, con una categoría económica popular de gran homogeneidad (fincas de viviendas de renta de cuatro alturas), fue levantada bajo la misma norma, tipología y lenguaje arquitectónico y constructivo del último tercio del siglo XIX. El conjunto de la zona responde a un modelo de expansión acorde con la Ley de Ensanche de poblaciones de 1876, de carácter higienista y racionalizador, de acuerdo con las preocupaciones y progresos de la época. Se trata en concreto de la zona de expansión decimonónica extramuros del sector oeste del recinto amurallado, articulada sobre los ejes históricos del Camino de Quart, el más antiguo y conformador del arrabal de su nombre, y el Camino de Serranos, en el borde del río y por el Paseo de la Pechina, y conocido también en el siglo XIX como Camino Real de Madrid o a Cuenca por Los Serranos y, más adelante, Carretera de Madrid a Castellón. Esta zona recibiría un impulso expansivo con el derribo de las murallas de la ciudad a partir del 1865 y sería planificada o integrada, de acuerdo con el Proyecto de Ensanche de la ciudad de Valencia, firmado por los arquitectos Joaquín María Arnau, José Calvo y Luis Ferreres en 1884 y aprobado en 1887 pero que estaba en redacción desde 1883. Esta planificación incorporaría el Jardín Botánico, la iglesia y el colegio. Posteriormente, según proyecto de parcelación de 1888-89 de Felipe Labrandero, maestro de obras, se daría paso a la calle Turia, cuya edificación se retrasaría hasta el primer tercio del siglo XX, con otra escala y lenguaje arquitectónico que dotan a su ámbito de una caracterización propia.

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