Jardín Botánico de la Universidad de Valencia
Decreto 134/2006, de 29 de septiembre, por el que se declara bien
de interés cultural, con la categoría de jardín histórico, el Jardín
Botánico de la Universidad de Valencia.
A.
Datos históricos
Se tiene
noticia de huertos de plantas medicinales que se remontan al siglo
XVI, en estrecha dependencia con la enseñanza de la medicina en la
universidad. La referencia más antigua es del año 1567, cuando los Jurados
de la Ciudad, al nombrar a Joan Plaza, doctor en medicina, le
adscriben la obligación de herborizar -recoger especies- y que cuente con un huerto en el cual se plantan
dichas hierbas necesarias para la docencia.
Posteriormente,
en 1631, se tiene noticia de varios episodios y localizaciones
sobre estos huertos de hierbas medicinales y sus doctores y catedráticos
responsables, pero sin continuidad asegurada.
En 1733 se
habla desde la Universidad de un recinto que debe facilitar la ciudad, pero no
será hasta 1757 cuando el rector Lores proponga directamente la creación
de un Jardín Botánico integral y completo (huerto, museo, espacio de docencia y
de conferencias, anexos de servicios, etc.) en una ubicación próxima a
la Alameda.
En 1778 la
ciudad aprueba estas previsiones, pero aún pasarán veinte años en hacerse
realidad. Resulta evidente que esta concepción de un Jardín Botánico de
miras más amplias y sistemáticas, toma cuerpo en paralelo al desarrollo del
estudio de la Botánica como ciencia independiente de la Medicina,
que se consolida en el siglo XVIII, de la mano del reformismo ilustrado, interesado
por la riqueza de la tierra y la mejora de los cultivos.
En 1767 Gregorio
Mayans reclama un jardín que sea responsabilidad del catedrático
de botánica pero que no descuide las plantaciones de interés para la
medicina y en 1786, la Universidad de Valencia aprueba la reforma del
plan de estudios con la Cátedra de Botánica Independiente de la Cátedra de
Medicina, y por lo tanto, da mayor urgencia a la necesidad de un Jardín
Botánico.
La Real
Sociedad Económica de Amigos del País Valenciano, interesada en las mejoras
de los cultivos, también quería concurrir con el Ayuntamiento a
hacer realidad esta dotación científica aportando terrenos para la
ubicación de la Alameda, mientras apuntaba que a los aspectos
instructivos y utilitarios se había de añadir el aspecto lúdico, que
pudiese servir al mismo tiempo, para
el decoro, hermosura y recreo del paseo público. Pero esta conjunción
no sería tan fácil, pues las dos partes querían remarcar sus respectivas
prioridades, la científica y docente centrada en un repertorio sistemático
representativo del mundo botánico, por parte de la Universidad y la
más utilitaria de aplicación a la agricultura, por parte de la Sociedad
Económica.
La ciudad,
postreramente en 1798, le cede a la Universidad los terrenos
prometidos, pero bien pronto se suspenden las plantaciones, según parece
por la mala calidad del suelo y las molestias producidas al vecino
en el paseo de la Alameda.
Como nueva
y definitiva ubicación, la ciudad ofrece en 1802 un huerto que
permitía ser regado a la manera tradicional, a manta, directamente por la acequia de Rovella, llamado de
Tramoyeres, situado en la calle Quart, frente al convento de Mínimos de
San Sebastián y cerca del Turia, que dio origen al actual Jardín Botánico.
La Universidad pone al célebre botánico Vicente Alfonso Lorente al cargo
de la nueva instalación y le dota de medios para desarrollarla.
El terreno
trapezoidal de unas cuatro hectáreas acogerá sobre un sistema de
cuadros -sistema de Linneo- los planteles, sin descuidar la provisión de herbarios,
locales para la cátedra de Botánica, cámara para los jardineros y otras
dependencias. El nivel del resultado obtenido le permitiría conseguir,
enseguida, gran renombre entre los de más prestigio, estableciendo relaciones
particularmente con el de Madrid. Este prometedor inicio recibiría bien pronto
la acometida de la invasión napoleónica, especialmente destructiva en
el arrabal de Quart. Lorente también participó en los acontecimientos, fue
hecho prisionero y condenado a muerte, salvándose por intervención a su favor
del botánico francés León Dufour. Después del desastre y de la muerte de
Lorente en 1813, el jardín no se recupera hasta la dilatada dirección entre
1829 y 1867 de Josep Pizcueta, Catedrático de Medicina, que acometió su
reforma y actualización como el primero de España. Respondiendo a la petición
de la Sociedad Económica se innova con experiencias de aclimatación
de plantas originales de América, mientras se constituye la Cátedra de
Agricultura, dirigida por Joaquín Carrascosa. Y en un proceso de
convergencia que sería sancionado por la Orden Real de 1834, se
mandó reunir en el Jardín Botánico las dos enseñanzas de Agricultura y
Botánica, que generaría la ampliación del terreno del Jardín Botánico.
En 1843, Pizcueta,
auxiliado por Félix Robillard, sustituye a la organización de Linneo por el
método natural de Endlicher y, tras la reforma de estudios de 1845, recibe
importantes recursos para plantaciones y también para construcciones de
aclimatación, como un extenso invernadero de madera proyectado por el
arquitecto Timoteo Calvo, un umbráculo y pequeñas estufas que, en conjunto,
acelerarían espectacularmente el éxito y crecimiento de aquellas.
En 1856 se
publicó el catálogo del jardín, con más de 6.000 especies vivientes y el
herbario. De este impulso es fruto perdurable la construcción entre 1860
y 1862, de la estufa de hierro y vidrio, proyectada en 1859 por el
prestigioso arquitecto Sebastián Monleón, auténtica vanguardia constructiva y
lingüística en cuanto a los referidos materiales, costosa tanto en
tecnología como en economía y en ejecución. De 24 m de longitud, 8,25 m. de
luz y 9 m. de altura, es una cubierta acristalada de 465 metros cuadrados, orientada
a mediodía, que sigue la traza de un cuarto de circunferencia, desde
el suelo hasta un muro vertical generando un espacio adosado a él. Sus
dimensiones podían dar acogida a ciertos vegetales como el Astarapea,
Aralia, Chorisia speciosa o el ficus Benjamín que llegaba a crecer más de 5 m.
y no tenía cabida en las otras estufas. Al buscar financiación la Universidad
argumentaba la necesidad inexcusable, científica, para el mantenimiento
correcto del centenar de ejemplares exóticos que ya tiene implantados, pero
también el prestigio, pues por el
número de plantas que contiene, por su lozana vegetación, puede ya competir con
los primeros de Europa, y esta construcción era presentada como
exponente de estar al día en las conquistas del progreso y de la ciencia. Al muro
de la estufa se le añadiría más adelante una edificación adosada, rematada
con una torrecilla, a modo de miramar, para dependencias de
dirección y de investigación, hasta constituir un afortunado inmueble que
aún perdura. Lamentablemente no ha llegado hasta nuestros días otros elementos
de interés como las mencionadas construcciones de madera, los primitivos
umbráculos e invernadero, a pesar de que este último fue reconstruido,
según proyecto de 1867 del arquitecto Ildefonso Fernández, del que
tenemos constancia gráfica. Seguramente serían sustituidos por los actuales
de hierro, durante el último cuarto del siglo XIX. Posteriormente hacia
final de siglo, bajo la dirección de Arévalo Baca, se construyeron las pequeñas
estufas situadas al lado del plantel de semillas, y se concluyeron las obras,
en 1888, de la estufa de mayor dimensión, llamada también de la balsa por la proximidad de
los dos elementos, concebida según el modelo de la ya descrita en 1861. En el
año 1900, se inauguró el actual Umbráculo, también de hierro,
sobre un cuerpo de ladrillo, obra inspirada en las marquesinas ferroviarias,
proyectada en 1897 por el polifacético arquitecto madrileño Arturo
Mélida Alinar que vendría a completar la dotación del recinto y ofrecerle
uno de los espacios más atractivos para su disfrute.
Otros
momentos históricos de interés fueron la incorporación del Jardín Botánico a
la facultad de Ciencias, mientras que, bajo la dirección de Rafael
Cisternas y Fonseret (1867-1876) y, más tarde, de Josep Arévalo Baca
(1876-1888) se incrementarán las actividades de la Escuela Botánica del
recinto y el carácter práctico y experimental de sus plantaciones,
impulsadas por el auge agrícola del momento. En 1878 se produce la extensión
septentrional que va a configurar el recinto que ahora conocemos, mientras
que la relación urbana respecto de las calles Beato Gaspar Bono y Quart no
cambia hasta el presente siglo XXI. Entre 1879 y 1880 se produce la implantación
del recinto colegial de San José o de los Padres Jesuitas. A partir de la riada
de 1957 y gracias a la tenacidad del director Ignacio Docavo, se produce
el rescate del jardín y la reconstrucción de diversas construcciones
degradadas, entre 1962 y 1968, procurando incorporar otros elementos
de interés sobre las ciencias naturales. Posteriormente, siendo director el
también catedrático Manuel Costa, se procede a la rehabilitación
integral del jardín (saneamiento de las plantaciones, alternativas de
irrigación, el cuidado de sus cuadros, etc.) y los elementos arquitectónicos
más característicos (cerca del recinto, invernaderos, estufas, umbráculo, pabellón.).
También se construye el llamado edificio de investigación sobre las expropiadas
edificaciones recayentes a la calle Quart. En la actualidad, además de la preservación
del jardín histórico, se trabaja en su continuidad como centro de
estudio, búsqueda, desarrollo y divulgación de la cultura botánica. Investiga
sobre flora, biosistemas y vegetación. Participa en proyectos
internacionales relacionados con la biodiversidad vegetal y el estudio de
plantas autóctonas. Dispone de biblioteca, herbario y germoplasma.
Promueve congresos de especialistas y jornadas, encuentros y exposiciones
divulgativas. En este momento el Jardín Botánico de la Universitat constituye
un espacio científico y docente, vegetal, arquitectónico e histórico, y además
caracterizador del paisaje urbano.
B. ESPACIOS ARQUITECTÓNICOS
El propio
recinto, delimitado por cerca maciza, la acequia de Rovella y las
edificaciones adosadas que le rodean.
La acequia
de Rovella, a su paso por el recinto y el registro de servicio. La
estructura de cuadros y parterres históricos -la Escuela Botánica- con
las antiguas acequias que los alimentaban, así como las trazas básicas o
principales del resto. El Edificio Central -antigua dirección- y el invernadero
mayor tropical a él asociado.
El Umbráculo.
El Invernadero de la Balsa y el estanque que le da nombre. Las cuatro estufas o invernaderos menores de exhibición. La Caseta del
Romero y el invernadero de
propagación asociado. La
antigua Caseta de Semillas o plantel, posteriormente caseta del
Gabinete de Didáctica y de la Escuela de Agricultura. El Pabellón,
antiguo taller y acuario, actual Unidad Didáctica de Botánica (sala
de exposiciones).
C.
Ejemplares de relevancia botánica
Colecciones vivas.
La Escuela
Botánica constituida por la colección de las plantaciones de los 16 cuadros
de la zona sur, más antiguos (concebidos desde origen), dedicado a las plantas
vasculares (gimnospermas y angiospermas) destacando, por su porte y
antigüedad los ejemplares de coníferas (Pinus, Cupressus, Cedrus,
Taxodium), un excepcional Ginkgo Biloba, palmeras, etc.
Las palmeras,
bien representadas (más de una quinientas de especies) al aire libre en
varios enclaves del jardín, y en invernadero, las tropicales. Las plantas
acuáticas, en las balsas del jardín. La montañita, con rocalla, riachuelo y
arena para los ambientes de diversas plantas mediterráneas y endemismos. Los
cuadros de especias de uso alimentario: cítricos, frutales y plantas de huerta.
Las plantas suculentas, de adaptación a la adversidad de ámbitos secos y
calurosos de todo el planeta. Céspedes y coníferas, en un ámbito único,
referentes de la cultura jardinera anglosajona. Las plantas medicinales más
arraigadas al nuestro entorno. Las plantas de interés económico para la vida
cotidiana: proveedoras de alimentación básica por animales y personas, y de
tejidos. Las plantas exóticas, carnívoras y orquídeas, protegidas por
los invernaderos. Las plantas de sombra, en el umbráculo.
Colecciones secas.
El herbario.
Unos 40.000 pliegos, recopilados desde 1957 y procedentes de
donaciones e intercambios.
El Banco
de Semillas, de obtenciones propias o de intercambio, en particular de nuestro
ámbito, endémico y amenazado.
Escultura: Busto del naturalista valenciano Simón de Rojas Clemente
del escultor Carmelo Vicent.
D. ENTORNO
Se trata de
una zona singular cuyas primeras implantaciones fueron la antigua
alquería y huerto de Tramoyeres, donde luego se ubicó el Jardín Botánico
en 1802, el convento de Mínimos que daría paso en 1725-39 a la
actual iglesia de San Miguel y San Sebastián (Bien de Interés Cultural, con
categoría de Monumento, declarado en 1983) y otros huertos y alquerías.
Posteriormente
estos huertos fueron elegidos para la construcción en 1879-80 del Colegio de
San José o de los Padres Jesuitas, sobre el Paseo de la Pechina, como eje
más prestigioso de la expansión urbana oeste de la ciudad. El colegio fue
concebido como edificación exenta en medio de una parcela ajardinada. Fue
proyectado por el arquitecto José Quinzá Gómez como un tridente de naves
presidido en su nave central por la capilla, en estilo neobizantino del
arquitecto Joaquín María Belda Ibáñez, que a la muerte de Quinzá se haría
cargo del proyecto. En la actualidad, la porción noroeste del primitivo recinto
colegial tiene atribuida una edificabilidad potencial por el planeamiento que,
en caso de materializarse, precisa atenerse a las condiciones características
de este frente urbano, antiguo Ensanche Oeste y hoy parte del Conjunto
Histórico de la Ciudad de Valencia. El Jardín Botánico y el colegio de San José
constituyen, en su posición extrema noroccidental, un ámbito identificatorio
y nuclear de dicho Ensanche protegido de la ciudad, a su vez, límite
respecto de la trama residencial que, con una categoría económica popular de
gran homogeneidad (fincas de viviendas de renta de cuatro alturas), fue levantada bajo la misma norma,
tipología y lenguaje arquitectónico y constructivo del último tercio del siglo
XIX. El conjunto de la zona responde a un modelo de expansión acorde con la Ley de Ensanche de poblaciones de 1876,
de carácter higienista y racionalizador, de acuerdo con las preocupaciones
y progresos de la época. Se trata en concreto de la zona de expansión
decimonónica extramuros del sector oeste del recinto amurallado, articulada
sobre los ejes históricos del Camino de Quart, el más antiguo y
conformador del arrabal de su nombre, y el Camino de Serranos, en el
borde del río y por el Paseo de la Pechina, y conocido también en el siglo XIX
como Camino Real de Madrid o a Cuenca por Los Serranos y, más adelante,
Carretera de Madrid a Castellón. Esta zona recibiría un impulso expansivo con
el derribo de las murallas de la ciudad a partir del 1865 y sería
planificada o integrada, de acuerdo con el Proyecto
de Ensanche de la ciudad de Valencia, firmado por los arquitectos
Joaquín María Arnau, José Calvo y Luis Ferreres en 1884 y aprobado
en 1887 pero que estaba en redacción desde 1883. Esta planificación
incorporaría el Jardín Botánico, la iglesia y el colegio. Posteriormente, según
proyecto de parcelación de 1888-89 de Felipe Labrandero, maestro de obras,
se daría paso a la calle Turia, cuya edificación se retrasaría hasta el
primer tercio del siglo XX, con otra escala y lenguaje arquitectónico que dotan
a su ámbito de una caracterización propia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario