DISOCIACIONES DE UN ANDANTE CANTABILE

OH, SAN PETERSBURGO

Un rectángulo de luz amarillenta iluminaba la acera. La calle despoblada, la noche lóbrega, apenas algún coche que, de cuanto en cuanto, circulaba alumbrando con desgana el conocido camino de regreso a casa. A la luz de las farolas, se delataba a distancia la irregular cadencia de humedad que, arremolinada, ascendía por la oscura avenida que conducía a la playa, la cual arreciaba, amenazando convertirse en una cerrada niebla, como humo de tabaco, brumosa y de pegajoso sabor salitre.

Absorbidos por aquel luminoso espacio, como uno de esos rayos extraterrestres con los que los ovnis abducen a los estúpidos humanos, accedimos al interior de la taberna, solitaria y desangelada por la ausencia de clientes. Allí aguardaba Paco, tras la barra, secando parsimoniosamente los vasos con un paño blanco de ribetes rojos, con esa postura de viñeta tan característica que tienen los camareros, esperando a una parroquia que no llegaba, tal vez amedrentada en el refugio de sus casas, por lo intempestivo de la noche.

- Buenas noches, Paco. La noche amenaza con ponerse fea. Parece que finalmente va a asomarse el invierno.

- Es lo que tiene enero: qué todas las noches se ponen feas.

- ¿Por el frío? Exageras.

- No. Por la cuesta. Y espérate que llegue febrero. Ese mes es siempre el peor. Cuando Visa carga los gastos de las navidades, los regalos, los juguetes, aquel detalle que hiciste a la parienta, el jamón, las primeras rebajas … ahí sí que estamos jodidos. Bueno, decidme. ¿Qué va a ser?

- Pon un par de cañas.

En una esquina de la barra, de espaldas a la calle, con riesgo de caer desprevenido, un único y en apariencia asiduo cliente, de aspecto cansado, barba de tres o cuatro días, ojos saltones del tamaño de dos huevos cocidos cubiertos por un velo acuático y ojeras como bolsas de basura, meditaba en silencio, rumiando pensamientos frente a una cerveza carente ya de espuma, amodorrado sobre un taburete en el que su culo parecía haber hecho ya horma.

- Para noches de invierno las que viví yo en Rusia – comentó - ¡Su puta madre! Allí sí que hacía un frío de cojones ¿Conocéis Rusia?

Paco dio la callada por respuesta.

- No tenemos el gusto.

- Yo antes era camionero. De estos internacionales que viajan por Europa. Los TYR. En ocasiones iba a Rusia metiendo el camión desde Finlandia, por la autopista, entre enormes árboles, por esa franja de terreno que es una península repleta de lagos, escuchando en el casete el Casatschok de Georgie Dann. ¡Qué tiempos aquellos! Joder, y qué frío pasabas.

- En comparativa, aquí el frío es siempre imaginario. Paco, ¿cómo andamos de mejillones?

- Mal. No los traigo. Los hay congelados, pequeños y caros. Dice el mayorista que es porque los frescos están en paro biológico. Hay quien los compra traídos de a saber dónde, pero para poner algo que no esté en condiciones … Eso sí, tengo unas gambas de Huelva, blancas como la nieve, que de tiesas se ponen firmes en el plato.

- Pues venga una ración.

- Para nieve la que había en Rusia. Nieve para regalar. Mi primera parada era siempre en San Petersburgo, la antigua Petrogrado, allí donde los soviets empezaron su revolución para finiquitar a aquel tirano que tenían por Zar. ¡Qué ciudad tan bonita! Monumental. ¡Menudas calles! ¡Y vaya edificios! Ahora, que lo mejor que tiene San Petersburgo son sus mujeres. Mira que son guapas las jodías rusas. ¡Y elegantes! ¡Menudos modelazos! – exclamaba animándose a sí mismo -. ¡De catálogo!

- Y dime Paco ¿Cómo anda el negocio?

- Resignado a que un día por otro ganemos dinero para pagar tanto impuesto.

- Pues dice el gobierno que tiene un plan para ayudar a los autónomos.

- ¡Los cojones nos van a ayudar! Esos cabrones nos desangrarán hasta sacarnos la última gota. No les importamos un carajo, si no es para subirnos las puñeteras cuotas. Pandilla de vividores: ya no sabe uno a quien votar. Y ahora con esto de la subida del salario mínimo he tenido que despedir a la chica que se hacía cargo de la terraza, con lo que la pobre se ha vuelto al paro. ¡Si es que no la puedo pagar más! Manda huevos. Claro, como ellos no tienen que apoquinar la subida pues que salga de nuestras costillas. Puto electoralismo. Por cierto, mejillones te he dicho que no tengo, pero te puedo ofrecer un rabo de toro recién lidiado y que ha hecho María que le ha quedado de esos que quitan er sentio.

- Pues pon una ración y un vino de los míos.

- Eso de la subida salarial es por culpa de los comunistas – dijo el otro-. Allí en Rusia ya no quedan. Se libraron de ellos mandándoles a Cuba y Venezuela. La única putada es que allí es ahora todo más caro. Un país para ricos. Antes no había casi de nada, y con aquello de la paz, el pan y la tierra, iban tirando con cuatro rublos y vodka del malo. Ahora cuentan que hacen falta miles de euros para llegar a fin de mes.

- Pues que sigan jodiendo a la clase media y en España pasará lo mismo – apostilló Paco.

- Jodiendo, sí… - meditó - Pues sobre eso, en San Petersburgo solía ir a una casa ocupada por tres chicas. Un piso limpio, en un edificio señorial, tanto que el portal parecía la entrada a un palacio, aunque de miseria no les funcionara el ascensor desde hacía años, lo cual era una putada, pues las jodías vivían en un quinto. ¡Qué chavalas! A cada cual más guapa. De maquillaje brillante, con los avíos limpitos y poco kilometraje. A mí me tenía encandilado una rubia muy flaca, de frente despejada y pómulos altos que siempre tenía una expresión como de sorpresa, y unos ojos azules con unas pestañas como las de una muñeca. ¡Qué ojazos tenía la puñetera rusa!: iluminaba aquel deprimente dormitorio, lo cual era una bendición, pues de vatios también andaban escasas las pobres y disponían de una luz de morgue.

- Serían de inconfundible profesión.

- Quizá, pero por estas barreras que pone el idioma yo nunca les pregunté. Cierto que me gustaba dejarles algo de dinero pues se las veía necesitadas. Con la Perestroika, la URSS dejó de tener el control del mercado, empezaron a liberarse los precios y como a tu camarera, a los curritos de allí les subieron sus miserables sueldos, con lo que al poco les vino otra de esas crisis galopantes que sufre aquella pobre gente cada pocos años. Cualquier ayudita parecía venirles bien a las chicas. El caso es que con los años la lástima fue ganándole la partida al deseo y dejó de merecerme la pena subir andando aquellos cinco pisos. Cuestión de conciencia o del poco fondo físico propio de estar todo el día criando almorranas sentado en el camión, vete ya a saber. Como fuese, la memoria de aquellos años aún perdura en mí recuerdo. ¡San Petersburgo, oh San Petersburgo…!

- Paco, apresúrate y sirve tres vinos. Y pon otro para ti. Parece que la noche va a dar como para un relato.

Málaga, 13 de Enero de 2020

EL GRAN ALF-ALFONSO ZM




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