martes, 4 de marzo de 2025

MALAGA, 4 DE MARZO DE 1810.

 

Málaga, 4 de Marzo de 1810. Con la noticia que teníamos de que el Rey nuestro se dirigía a esta ciudad después de haber recorrido a caballo por los caminos mas ásperos varios pueblos, dejando en todos ellos trazas y testimonios eternos de su ilustración y beneficencia, hemos estado con la más viva impaciencia de ver dentro de nuestro recinto a un Soberano cuyas prendas resuenan en boca de todos los que ha tenido la dicha de gozar de su presencia. En fin, a las dos de la tarde de este día hemos tenido la imponderable satisfacción de verle entrar en esta ciudad.

Lo corto del tiempo no ha permitido disponer un aparato para celebrar tan feliz entrada según los afectos de fidelidad y amor que animan estos habitantes, sin embargo se habían erigido dos arcos triunfales de muy bello gusto, con inscripciones que expresaban el júbilo de la ciudad por ver en su seno a un Rey tan beneficio, que ha puesto fin a la anarquía que hasta ahora nos había oprimido.

Las calles estaban colgadas y adornadas según lo han permitido las facilidades de cada uno de los habitantes; la plaza principalmente se distinguía por el primor de sus adornos, y la calle nueva estaba entoldada de seda de varios y vistosos colores. Por toda la carrera derramaban abundancia de flores desde los balcones al pasar S.M.; el repique general de campanas, las repetidas salvas de toda la artillería, y las incesantes aclamaciones de un inmenso gentío que cubría las calles y balcones, formaban una armonía que no se podía oír sin emoción.

Habían salido a recibir a S.M. a más de una legua de distancia tres diputaciones, compuesta de individuos del clero, municipalidad, nobleza, comercio y del honrado pueblo. Una de estas depuraciones había sido enviada ya hace días a Sevilla para ofrecer a S.M. el homenaje de fidelidad y obediencia, y se había restituido aquí con el desconsuelo de no haberle encontrado en aquella ciudad, Otra segunda diputación tuvo el honor de presentar a S.M. las llaves de la ciudad; y la tercera, compuesta de cincos individuos de los mencionados cuerpos, cumplimentó a un digno Soberano con un elocuente discurso, que pronunció el Sr. Francisco Xavier Asenjo, canónigo dignidad de arcediano de Antequera de esta iglesia catedral, presidente de la junta de gobierno de este obispado.

A las cuatro de la tarde dio a S.M. audiencia a la municipalidad, clero, nobleza y a un lucido y numeroso concurso de personas distinguidas de todas clases, entré las cuales había muchos oficiales de marina y de otros cuerpos. En un elocuente discurso que S.M. tuvo la bondad de dirigirles, manifesté el más vivo sentimiento de que se prolonguen los males de España por la resistencia de Cádiz, Yo, dijo S.M., he aceptado la corona de España con el ánimo objeto de hacer el bien de la nación española: Dios me es testigo de esta verdad. Estoy convencidos de que mi persona es necesario a España en las actuales circunstancias, y que de su abandono resultaría un cúmulo de males imponderable. Constituyo mi felicidad no en ser Rey, sino en hacer felices a los españoles; pero es menester que todos se reúnan conmigo, y rodean mi trono para la prosperidad y grandeza de la nación.

S.M. expresó este pensamiento con tanta energía y sensibilidad, que todo el concurso arrebatado de entusiasmo prorrumpió en los mas vivos y afectuosos aplausos.

No abrigo, continuó el Monarca, ningún resentimiento particular. Me olvido de todo lo sucedido hasta aquí, y solo me acuerdo que todos los españoles son mis hijos. Mi conciencia me dicta que derecho para exigir que correspondan todos a mis afectos paternales.

Nos es muy sensible no haber retener en la memoria un discurso tan sabio y patético. Las sublimes ideas que S.M. inculcó han quedado grabadas en los corazones de los que tuvieron la dicha de oírlas de su boca; y todos salieron enternecidos, y dando gracias a la Providencia que habernos dado un Monarca capaz de concebir tan elevados pensamientos, y dotado de tan eminentes prendas para ponerlos en ejecución.

Por la noche hubo iluminación general con una magnificencia extraordinaria, S.M. tuvo la bondad de asistir al teatro, en que se celebró su feliz venida a esta ciudad con una la alegórica análoga a las circunstancias. Exceden toda ponderación las aclamaciones del numeroso y lucido concurso al presentarse S.M., durante la representación, y cuando se retiró. Los habitantes de esta ciudad se esmeran en demostrar con los testimonios más sinceros que siempre han detestado la insensata conducta de aquella porción de sediciosos fanatizados que los oprimían. Ninguna otra ciudad de España estaba más convencida que esta, por su propia experiencia, de la tiranía atroz de los que habían alzado con el mando; por consiguiente deseaban con la mayor ansía verse apoyados de la fuerza de las armas de su Soberano para sacudir un yugo tan cruel e ignominioso. De aquí es que no puede dudarse de la sinceridad de su jubilo, a pesar de los duros trances en que se han visto antes de llegar a conseguir el complemento de sus vivos deseos.

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