miércoles, 15 de octubre de 2025

TASSAYIN, 15 DE OCTUBRE DE 1991. ACCIDENTE AEREO DE LA AVIONETA EC-DMV.

 

En ocasiones, los aviones del Aeroclub ha sido indeseados protagonistas de historias que poco tienen que ver con la aviación deportiva.

En octubre de 1991, dos personas que se identifican como pilotos del Aeroclub de Alicante, solicitan poder utilizar una avioneta del Aeroclub para realizar un vuelo local. Consultado el Jefe de la Escuela, Ignacio Gil, éste le pide a Carmelo González que realice con ellos un vuelo de prueba para poder conocer la aptitud de los solicitantes, que no tienen ningún inconveniente en someterse a la misma.

Después de un pequeño vuelo. Carmelo confirma la pericia de los pilotos por lo que se les autoriza a realizar el vuelo solicitado. Presentan nuestros visitantes un FPL de tres horas de duración, que realizan sin novedad y que abonan religiosamente.

Quince días después vuelven al Aeroclub las dos personas anteriores, y aunque el día es relativamente malo para un vuelo de placer, con visibilidad reducida y bastantes nubes, piden nuevamente autorización para volar, y presentan un FPL similar al de días anteriores de tres horas de duración.

Transcurre el tiempo, y en el aeropuerto se sigue sin tener noticia del avión ni de sus ocupantes. Avisados por la Torre de Control acuden a la sede del club el presidente José Luis Fernández Granda e Ignacio Gil. Este último ya estaba informado de la situación al encontrarse ese día de Oficial de Aeropuerto.

En esos momentos de espera, algunos de los presentes detectan la presencia, en el exterior del Aeroclub, de una mujer, que había llegado con los pilotos y que había sido presentada como la esposa de uno de ellos. Informado de estos términos, José Luis Fernández se dirige a ella para informarle de la situación y de la falta de noticias sobre su marido.

Después de hablar con la señora regresa Fernández al Aeroclub mientras observa, un tanto extrañado, como la mujer recoge un bolso del coche y abandona el aparcamiento del Aeroclub andando.

Pensando que se dirige al aeropuerto para pedir información sobre el accidente, José Luis la sigue con su coche con intención de acercarla al terminal. Sin embargo a la altura de la fábrica de San Miguel, observa como sube a un taxi y se dirige inexplicablemente hacia Málaga.

Bastante sorprendido por este hecho José Luis la sigue, hasta que llegan a la estación de ferrocarril. Allí la mujer abandona el taxi y se dirige a la ventanilla de venta de billetes.

Algo extraño ocurre, piensa José Luis, y sin saber muy bien porque se dirige a la pareja de la Policía Nacional que custodia la estación, a quienes les narra los hechos.

La policía aborda a la mujer y le pide se identifique, al mismo tiempo que le pide una explicación a su extraña actitud. No conformes con las múltiples contradicciones en las que incurre, deciden solicitar un vehículo Z y trasladarla a la comisaría, aunque sin que pese sobre ella cargo alguno.

A los pocos minutos llega una nueva pareja de policías para realizar el traslado. Al ir a hacerles entrega de la mujer y del bolso que porta, uno de los policías abre el bolso, observando con sorpresa que contiene una veintena de preservativos llenos de resina de hachís.

Dado el brusco cambio de la situación, la Policía Nacional procede a interrogar a la mujer, en este caso con mayor contundencia. La mujer declara ser la compañera sentimental de uno de los pilotos, al tiempo que informa a la policía que éstos se han dirigido a Marruecos a recoger otro alijo de droga.

Según la declaración de la mujer, en el primer vuelo realizado días atrás, sobrevolaron la zona y eligieron un lugar donde poder aterrizar. Posteriormente se dirigieron en coche a Fez, donde adquirieron cierta cantidad de droga, que enterraron en un lugar próximo al elegido para el aterrizaje.

Mientras estos hechos se producen, la alarma del accidente se hace extendido a todos los aeropuertos de la zona, sin obtener ninguna respuesta. Se investiga también si la avioneta ha podido aterrizar sin autorización en algún aeropuerto español y que pueda encontrarse abandonada en alguna zona de estacionamiento, por lo que se revisan todos y cada uno de los aparcamiento de los aeropuertos cercanos, también sin resultado.

Después de más de diez días de silencio, el canciller de España en Nador, Sr. Zapata, llama al aeroclub informando que el Gobierno marroquí le ha comunicado la presencia de una avioneta con matrícula española que ha aterrizado en una montaña cercana a Melilla, y cuyos ocupantes se encontraban detenidos por tráfico de drogas.

Comprobado por la matrícula que se trata de la avioneta del Aeroclub de Málaga, se dirigen a Melilla José Luis Fernández e Ignacio Gil, con la insensata idea de poder traerse la avioneta, incluso de un modo clandestino. Desde Melilla cruzan a Nador para entrevistarse con el Sr. Zapata, que le informa que no se les permiten ver avión, enseñándoles tan sólo una fotografía facilitada por la policía. En la fotografía puede apreciarse que la avioneta se encuentra en muy mal estado.

Con estas malas noticias, regresan a Málaga, donde el socio Alberto Llamas inicia las gestiones legales, junto con su colega marroquí Salmón Benzaba, para poder recuperar la avioneta.

Temiendo por la integridad de la DMV, el Aeroclub se pone en contacto con el Jalifa de la cabila de Tassayin, al que le piden que custodie la avioneta a cambio de una buena propina, siempre y cuando ésta se encuentre en perfectos condiciones a la hora de ir a recogerla.

Ni cortos ni perezosos algunos jóvenes de la cabila instalan una tienda de campaña junto a la DMV, relevándose en la vigilancia, que no dejan ni de día ni de noche.

Después de más de un mes de trámites se consigue un principio de acuerdo con el Gobierno marroquí y la autorización para poder retirar el avión.

Una vez estudiada la avería por parte del mecánico Vertedor a través de las fotografías de que disponen, se adquieren en Málaga los repuestos necesarios para la reparación.

Con todo el equipo a punto, materiales y herramientas, vuelan a Melilla Vertedor, Gil, Meléndez, Olivares y José Luis Fernández. Estos dos últimos regresan a Málaga con la avioneta en la que habían viajado, quedándose los restantes en Melilla, con la mala suerte de que olvidan dejarles uno de los repuestos que llevan, el tubo del hidráulico, que tiene que enviar posteriormente en el Fokker de AVIACO que sale desde Málaga a Melilla.

Después de este pequeño retraso Gil, Vertedor y Meléndez inician un viaje que no imaginan se va a convertir en una aventura.

Obligados a cambiar 500.000 pesetas en dirham en el mercado negro de Melilla, tienen que andar por callejuelas siniestras, en busca de un cambista de relativa confianza.

Con el dinero en la faltriquera se dirigen a la aduana de Benianzar, donde Gil y Vertedor pasan sin problemas, pero Meléndez es retenido. Su ingenua declaración de ser Graduado Social es confundida con una manifestación de ser socialista. Una larguísima explicación aclara el embrollo y se les permite continuar viaje.

Con un taxi alquilado en Melilla, un Mercedes flamante, se dirigen a Nador, a ver al Sr. Zapata, quien les indica los pasos que debe seguir para la recuperación del avión.

Desde Nador tienen que dirigirse a Driuss, donde deben contactar con el Caíd, a quien tienen que entregar el dinero de la indemnización de 500.000 pesetas que ha fijado el Gobierno como compensación a la Sociedad Tabacalera, organismo competente en materia de tráfico de drogas.

En el palacio del Caid son recibidos con gran solemnidad y agasajo, que sorprende gratamente a nuestros socios. Después de un buen rato de conversación será el representante de la Sociedad Tabacalera el encargado de hacerles la entrega del avión in situ, acompañándolos hasta el lugar del accidente, la aldea de Trassayin.

Si el camino seguido hasta Driuss ha sido malo, lo que ha provocado la irritación del taxista, el camino desde este pueblo a Tassayin es pésimo tanto que el taxista hace varios intentos por no continuar el viaje.

Al llegar a Tassayin un extraño gentío rodea el taxi por todos los lados, haciéndose cada vez más numeroso conforme avanzan por la cábila, lo que en un primero momento asusta a los visitantes.

En Tassayin se dirigen a cada del Jalifa para entrevistarse con él, momento que el taxista aprovecha para abandonarlos y regresar raudo a Melilla. Ante este inesperado problema piden ayuda al Jalifa, quien pone a su disposición una camioneta, donde cargan los repuestos y las herramientas y se disponen a continuar el viaje al monte donde se encuentran la DMV.

Aferrados más que agarrados a los largueros del camión, el camino discurre rodeado de precipicios, lleno de baches y enormes piedras.

Al poco tiempo de iniciada la subida al monte, seguidos de la práctica totalidad de los habitantes de la cábila, el camión se detiene en un punto desde el que deben continuar andando, cargando a hombros con todo el equipo y con la comida que por precaución han traído desde Melilla.

Cuando llegan a lo alto del monte por fin alcanzan a ver la EC-DMV que se encuentran en un pequeño llano de unos 60 metros de longitud, llano que concluye en el terraplén lateral del monte.

El primer análisis de los daños es desesperanzador. El fuselaje está torcido, los flaps rotos, los alerones trabados, la pata del tren rota un gran roto atraviesa el fuselaje longitudinalmente.

La rotura de parte del plano al aterrizar había hecho las veces de cuchara y había provocado que la ala se encontrara llena de tierra, tierra que los niños de la cabila se brindan a extraer por indicación de Gil.

La falta de un gato para poder levantar el avión les obliga a fabricar un rústico caballete para poder trabajar en el tren de aterrizaje. Para poderlo colocar los jóvenes de la cabila provocan la admiración de nuestros socios, que los gratifican con una nada despreciable cantidad de 200.000 pesetas, que les enviarán posteriormente desde Málaga.

Se inicia la reparación de la DMV con el montaje de la rueda rota. Para esta tarea es necesario colocar tres espárragos de guía en la pata del tren. Los dos primeros apenas si dan problemas, pero el tercero de ellos no quiere entrar. Después de varias horas Gil y Menéndez proponen hacer un alto en el trabajo para comer, pero la cabezonería de Vertedor les hace continuar hasta que consiguen colocar por fin la rueda en su sitio.

Sin detenerse en este punto y alentados por este pequeño éxito continúan con la reparación del flaps y de los alerones. Unos pequeños retoques en el fuselaje y el avión está listo. Le colocan una batería nueva que han traído desde Málaga e intentar probar si el motor todavía funciona.

Sube Gil a la cabina y hace las comprobaciones oportunas. Intentan el contacto, pero éste no responde. Sucesivos intentos sólo consiguen agotar la batería. Deciden entonces arrancar el avión a mano, volteando la hélice.

Lo intenta primero Gil, sin éxito. Lo releva Vertedor en la tarea de hacer girar la hélice y, en uno de estos giros el motor por fin logra arrancar. Su ruido les suena a música celestial a nuestros amigos.

Desde la cabina Gil comprueba nuevamente toda la instrumentación y los mandos del aparato, que no tienen muy mala pinta. Hace una señal con la mano a Vertedor como diciendo, ¿Intento despegar?, a lo que Vertedor sin entender muy bien su significado responde con la señal de ¡Adelante!

Sin pensarlo dos veces sujeta Gil la DMV con los frenos y pone el motor a máxima potencia, en el que suelta frenos y empieza a botar, más que a rodar, por aquel pedregal.

A los pocos segundos se acaba la zona horizontal y el avión empieza a caer por el terraplén. En ese instante tira del avión hacia arriba, ¡ahora o nunca! El avión responde maravillosamente y no sin dificultades logra irse al aire.

Desde arriba Gil no quiere ni pensar como ha podido salir de allí. Comprueba los mandos del avión en el aire y realiza dos pasadas por encima de la concurrencia, y sin perder más tiempo se dirige hacia el aeropuerto de Melilla.

En pleno vuelo realiza una mirada de inspección al interior de la cabina descubriendo que lleva consigo la comida que habían comprado en Melilla. A sus compañeros les esperaba a un involuntario ayuno, piensa Gil-

Al avión le falta el micrófono de la radio, por lo que al llegar al aeropuerto Ignacio hace las señales visuales establecidas en estos casos, dando dos giros a la torre de control que se encuentra vacía, al no esperar ningún vuelo en esos momentos.

Dispuesto a aterrizar por sus propios medios observa nuestro piloto como la manga se bate enérgicamente con un viento cruzado de casi 30 nudos.

Por esta razón enfila Gil la pista desde un lateral, para intentar aterrizar en la calle de rodadura que forma un ángulo de 60 grados con respecto a la pista de vuelo, lo que permite aminorar el problema del viento cruzado.

Por fin, la EC-DMV aterriza en Melilla gracias al valor y pericia de Ignacio Gil, uno de nuestros mejores pilotos.

Mientras, sus compañeros Meléndez y Vertedor tienen que realizar el viaje desde Tassayin a Melilla. El no haber comido les obliga a aceptar el banquete que en su honor ha preparado el Jalifa de Tassayin.

Sentados en el suelo, comiendo con las manos, y compartiendo plato con todos los presentes, pueden deleitarse con una exquisita comida, siempre y cuando no miren lo que ocurre a su entorno, ni el estado de limpieza del local ni de los comensales.

Al despedirse de los vecinos de la cabila de Tassayin los temores iniciales han desaparecido y se han transformado en una decidida gratitud por su colaboración, sin la que hubiera sido imposible rescatar la avioneta.

Desde Driuss el representante de la Sociedad Tabacalera se despide de ellos y les proporciona un taxi para trasladarlos a Melilla.

En el Aeropuerto de Melilla Gil explica al Oficial de Tráfico, y al director, cual es la situación de la avioneta y su intención de dejarla allí, hasta que puedan volver a poner la documentación en regla y se le pueda realizar una minuciosa reparación.

Sin saber que ha sido de sus compañeros se dirige Gil a la frontera de Benianzar, donde solicita a los funcionarios su colaboración para que le indiquen a Vertedor y Meléndez, cuando se presenten, que les espera en el Parador de la ciudad.

Por fin, al caer la noche, llegan al hotel Vertedor y Meléndez, cansado pero contentos, al poder comprobar que Gil también ha llegado sano y salvo.

Al día siguiente es el socio José Olivares quien se desplaza a Melilla a recoger a los aventureros. Una vez en Málaga se inician los trámites con la Delegación de Material de Sevilla para poder rehabilitar el avión ya que no dispone de la documentación de a bordo.

Se desplaza nuevamente a Melilla Vertedor, Gil, Mora y Eduardo Muñoz, para realizar una nueva y más completa reparación y proceder a la inspección del aparato por parte de Aviación Civil.

Autorizado Gil a realizar el vuelo hasta Málaga, planean realizarlo con dos avionetas en formación, haciendo Muñoz Aisa las labores de guarda, por si ocurriera algún percance.

Sin embargo nada más despegar de Melilla, el avión de Muñoz Aisa se pierde en el horizonte, debiendo continuar el EC-DMV el vuelo en solitario.

El día presenta bastante nubes bajas, tantas que, cuando Gil estima que se encuentra en el punto Bravo, comunica con la TWR de Málaga su posición, indicando que, sin embargo, no puede ver el campo de vuelos y ni siquiera puede ver el suelo. Le ordena la torre costear hasta Torremolinos cosa que Gil realiza totalmente a ciegas, puesto que las nubes y la niebla son cada vez más espesas.

Cuando inicia la maniobra por un hueco de las nubes puede Gil ver la plataforma de estacionamiento de la Base Aérea, por donde se cuela prácticamente en picado y logra aterrizar. Cinco minutos después el aeropuerto se encuentran bajo mínimos meteorológicos y el tráfico tiene que ser desviado a Sevilla. La EC-DMV se encuentra de nuevo en casa. La aventura había terminado.

Utrilla Navarro, Luis; Historia del Real Aeroclub de Málaga, Málaga, 1998, CEDMA, Págs. 85-93.


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