En
ocasiones, los aviones del Aeroclub ha sido indeseados protagonistas
de historias que poco tienen que ver con la aviación deportiva.
En
octubre de 1991, dos personas que se identifican como pilotos del
Aeroclub de Alicante, solicitan poder utilizar una avioneta del
Aeroclub para realizar un vuelo local. Consultado el Jefe de la
Escuela, Ignacio Gil, éste le pide a Carmelo González que realice
con ellos un vuelo de prueba para poder conocer la aptitud de los
solicitantes, que no tienen ningún inconveniente en someterse a la
misma.
Después
de un pequeño vuelo. Carmelo confirma la pericia de los pilotos por
lo que se les autoriza a realizar el vuelo solicitado. Presentan
nuestros visitantes un FPL de tres horas de duración, que realizan
sin novedad y que abonan religiosamente.
Quince
días después vuelven al Aeroclub las dos personas anteriores, y
aunque el día es relativamente malo para un vuelo de placer, con
visibilidad reducida y bastantes nubes, piden nuevamente autorización
para volar, y presentan un FPL similar al de días anteriores de tres
horas de duración.
Transcurre
el tiempo, y en el aeropuerto se sigue sin tener noticia del avión
ni de sus ocupantes. Avisados por la Torre de Control acuden a la
sede del club el presidente José Luis Fernández Granda e Ignacio
Gil. Este último ya estaba informado de la situación al encontrarse
ese día de Oficial de Aeropuerto.
En
esos momentos de espera, algunos de los presentes detectan la
presencia, en el exterior del Aeroclub, de una mujer, que había
llegado con los pilotos y que había sido presentada como la esposa
de uno de ellos. Informado de estos términos, José Luis Fernández
se dirige a ella para informarle de la situación y de la falta de
noticias sobre su marido.
Después
de hablar con la señora regresa Fernández al Aeroclub mientras
observa, un tanto extrañado, como la mujer recoge un bolso del coche
y abandona el aparcamiento del Aeroclub andando.
Pensando
que se dirige al aeropuerto para pedir información sobre el
accidente, José Luis la sigue con su coche con intención de
acercarla al terminal. Sin embargo a la altura de la fábrica de San
Miguel, observa como sube a un taxi y se dirige inexplicablemente hacia
Málaga.
Bastante
sorprendido por este hecho José Luis la sigue, hasta que llegan a la
estación de ferrocarril. Allí la mujer abandona el taxi y se dirige
a la ventanilla de venta de billetes.
Algo
extraño ocurre, piensa José Luis, y sin saber muy bien porque se
dirige a la pareja de la Policía Nacional que custodia la estación,
a quienes les narra los hechos.
La
policía aborda a la mujer y le pide se identifique, al mismo tiempo
que le pide una explicación a su extraña actitud. No conformes con
las múltiples contradicciones en las que incurre, deciden solicitar
un vehículo Z y trasladarla a la comisaría, aunque sin que pese
sobre ella cargo alguno.
A
los pocos minutos llega una nueva pareja de policías para realizar
el traslado. Al ir a hacerles entrega de la mujer y del bolso que
porta, uno de los policías abre el bolso, observando con sorpresa
que contiene una veintena de preservativos llenos de resina de
hachís.
Dado
el brusco cambio de la situación, la Policía Nacional procede a
interrogar a la mujer, en este caso con mayor contundencia. La mujer
declara ser la compañera sentimental de uno de los pilotos, al
tiempo que informa a la policía que éstos se han dirigido a
Marruecos a recoger otro alijo de droga.
Según
la declaración de la mujer, en el primer vuelo realizado días
atrás, sobrevolaron la zona y eligieron un lugar donde poder
aterrizar. Posteriormente se dirigieron en coche a Fez, donde
adquirieron cierta cantidad de droga, que enterraron en un lugar
próximo al elegido para el aterrizaje.
Mientras
estos hechos se producen, la alarma del accidente se hace extendido a
todos los aeropuertos de la zona, sin obtener ninguna respuesta. Se
investiga también si la avioneta ha podido aterrizar sin
autorización en algún aeropuerto español y que pueda encontrarse
abandonada en alguna zona de estacionamiento, por lo que se revisan
todos y cada uno de los aparcamiento de los aeropuertos cercanos,
también sin resultado.
Después
de más de diez días de silencio, el canciller de España en Nador,
Sr. Zapata, llama al aeroclub informando que el Gobierno marroquí le
ha comunicado la presencia de una avioneta con matrícula española
que ha aterrizado en una montaña cercana a Melilla, y cuyos
ocupantes se encontraban detenidos por tráfico de drogas.
Comprobado
por la matrícula que se trata de la avioneta del Aeroclub de Málaga,
se dirigen a Melilla José Luis Fernández e Ignacio Gil, con la
insensata idea de poder traerse la avioneta, incluso de un modo
clandestino. Desde Melilla cruzan a Nador para entrevistarse con el
Sr. Zapata, que le informa que no se les permiten ver avión,
enseñándoles tan sólo una fotografía facilitada por la policía.
En la fotografía puede apreciarse que la avioneta se encuentra en
muy mal estado.
Con
estas malas noticias, regresan a Málaga, donde el socio Alberto
Llamas inicia las gestiones legales, junto con su colega marroquí
Salmón Benzaba, para poder recuperar la avioneta.
Temiendo
por la integridad de la DMV, el Aeroclub se pone en contacto con el
Jalifa de la cabila de Tassayin, al que le piden que custodie la
avioneta a cambio de una buena propina, siempre y cuando ésta se
encuentre en perfectos condiciones a la hora de ir a recogerla.
Ni
cortos ni perezosos algunos jóvenes de la cabila instalan una
tienda de campaña junto a la DMV, relevándose en la vigilancia, que
no dejan ni de día ni de noche.
Después
de más de un mes de trámites se consigue un principio de acuerdo con
el Gobierno marroquí y la autorización para poder retirar el avión.
Una
vez estudiada la avería por parte del mecánico Vertedor a través
de las fotografías de que disponen, se adquieren en Málaga los
repuestos necesarios para la reparación.
Con
todo el equipo a punto, materiales y herramientas, vuelan a Melilla
Vertedor, Gil, Meléndez, Olivares y José Luis Fernández. Estos dos
últimos regresan a Málaga con la avioneta en la que habían
viajado, quedándose los restantes en Melilla, con la mala suerte de
que olvidan dejarles uno de los repuestos que llevan, el tubo del
hidráulico, que tiene que enviar posteriormente en el Fokker de
AVIACO que sale desde Málaga a Melilla.
Después
de este pequeño retraso Gil, Vertedor y Meléndez inician un viaje
que no imaginan se va a convertir en una aventura.
Obligados
a cambiar 500.000 pesetas en dirham en el mercado negro de Melilla,
tienen que andar por callejuelas siniestras, en busca de un cambista
de relativa confianza.
Con
el dinero en la faltriquera se dirigen a la aduana de Benianzar,
donde Gil y Vertedor pasan sin problemas, pero Meléndez es retenido.
Su ingenua declaración de ser Graduado Social es confundida con una
manifestación de ser socialista.
Una larguísima explicación aclara el embrollo y se les permite
continuar viaje.
Con
un taxi alquilado en Melilla, un Mercedes flamante, se dirigen a
Nador, a ver al Sr. Zapata, quien les indica los pasos que debe
seguir para la recuperación del avión.
Desde
Nador tienen que dirigirse a Driuss, donde deben contactar con el
Caíd, a quien tienen que entregar el dinero de la indemnización de
500.000 pesetas que ha fijado el Gobierno como compensación a la
Sociedad Tabacalera, organismo competente en materia de tráfico de
drogas.
En
el palacio del Caid son recibidos con gran solemnidad y agasajo, que
sorprende gratamente a nuestros socios. Después de un buen rato de
conversación será el representante de la Sociedad Tabacalera el
encargado de hacerles la entrega del avión in
situ,
acompañándolos hasta el lugar del accidente, la aldea de Trassayin.
Si
el camino seguido hasta Driuss ha sido malo, lo que ha provocado la
irritación del taxista, el camino desde este pueblo a Tassayin es
pésimo tanto que el taxista hace varios intentos por no continuar el
viaje.
Al
llegar a Tassayin un extraño gentío rodea el taxi por todos los
lados, haciéndose cada vez más numeroso conforme avanzan por la
cábila, lo que en un primero momento asusta a los visitantes.
En
Tassayin se dirigen a cada del Jalifa para entrevistarse con él,
momento que el taxista aprovecha para abandonarlos y regresar raudo a
Melilla. Ante este inesperado problema piden ayuda al Jalifa, quien
pone a su disposición una camioneta, donde cargan los repuestos y
las herramientas y se disponen a continuar el viaje al monte donde se
encuentran la DMV.
Aferrados
más que agarrados a los largueros del camión, el camino discurre
rodeado de precipicios, lleno de baches y enormes piedras.
Al
poco tiempo de iniciada la subida al monte, seguidos de la práctica
totalidad de los habitantes de la cábila, el camión se detiene en
un punto desde el que deben continuar andando, cargando a hombros con
todo el equipo y con la comida que por precaución han traído desde
Melilla.
Cuando
llegan a lo alto del monte por fin alcanzan a ver la EC-DMV que se
encuentran en un pequeño llano de unos 60 metros de longitud, llano
que concluye en el terraplén lateral del monte.
El
primer análisis de los daños es desesperanzador. El fuselaje está
torcido, los flaps rotos, los alerones trabados, la pata del tren
rota un gran roto atraviesa el fuselaje longitudinalmente.
La
rotura de parte del plano al aterrizar había hecho las veces de
cuchara y había provocado que la ala se encontrara llena de tierra,
tierra que los niños de la cabila se brindan a extraer por
indicación de Gil.
La
falta de un gato para poder levantar el avión les obliga a fabricar
un rústico caballete para poder trabajar en el tren de aterrizaje.
Para poderlo colocar los jóvenes de la cabila provocan la
admiración de nuestros socios, que los gratifican con una nada
despreciable cantidad de 200.000 pesetas, que les enviarán
posteriormente desde Málaga.
Se
inicia la reparación de la DMV con el montaje de la rueda rota. Para
esta tarea es necesario colocar tres espárragos de guía en la pata
del tren. Los dos primeros apenas si dan problemas, pero el tercero
de ellos no quiere entrar. Después de varias horas Gil y Menéndez
proponen hacer un alto en el trabajo para comer, pero la cabezonería
de Vertedor les hace continuar hasta que consiguen colocar por fin la
rueda en su sitio.
Sin
detenerse en este punto y alentados por este pequeño éxito
continúan con la reparación del flaps y de los alerones. Unos
pequeños retoques en el fuselaje y el avión está listo. Le colocan
una batería nueva que han traído desde Málaga e intentar probar
si el motor todavía funciona.
Sube
Gil a la cabina y hace las comprobaciones oportunas. Intentan el
contacto, pero éste no responde. Sucesivos intentos sólo consiguen
agotar la batería. Deciden entonces arrancar el avión a mano,
volteando la hélice.
Lo
intenta primero Gil, sin éxito. Lo releva Vertedor en la tarea de
hacer girar la hélice y, en uno de estos giros el motor por fin
logra arrancar. Su ruido les suena a música celestial a nuestros
amigos.
Desde
la cabina Gil comprueba nuevamente toda la instrumentación y los
mandos del aparato, que no tienen muy mala pinta. Hace una señal con
la mano a Vertedor como diciendo, ¿Intento despegar?, a lo que
Vertedor sin entender muy bien su significado responde con la señal
de ¡Adelante!
Sin
pensarlo dos veces sujeta Gil la DMV con los frenos y pone el motor a
máxima potencia, en el que suelta frenos y empieza a botar, más que
a rodar, por aquel pedregal.
A
los pocos segundos se acaba la zona horizontal y el avión empieza a
caer por el terraplén. En ese instante tira del avión hacia arriba,
¡ahora o nunca! El avión responde maravillosamente y no sin
dificultades logra irse al aire.
Desde
arriba Gil no quiere ni pensar como ha podido salir de allí.
Comprueba los mandos del avión en el aire y realiza dos pasadas por
encima de la concurrencia, y sin perder más tiempo se dirige hacia
el aeropuerto de Melilla.
En
pleno vuelo realiza una mirada de inspección al interior de la
cabina descubriendo que lleva consigo la comida que habían comprado
en Melilla. A sus compañeros les esperaba a un involuntario ayuno,
piensa Gil-
Al
avión le falta el micrófono de la radio, por lo que al llegar al
aeropuerto Ignacio hace las señales visuales establecidas en estos
casos, dando dos giros a la torre de control que se encuentra vacía,
al no esperar ningún vuelo en esos momentos.
Dispuesto
a aterrizar por sus propios medios observa nuestro piloto como la
manga se bate enérgicamente con un viento cruzado de casi 30 nudos.
Por
esta razón enfila Gil la pista desde un lateral, para intentar
aterrizar en la calle de rodadura que forma un ángulo de 60 grados
con respecto a la pista de vuelo, lo que permite aminorar el problema
del viento cruzado.
Por
fin, la EC-DMV aterriza en Melilla gracias al valor y pericia de
Ignacio Gil, uno de nuestros mejores pilotos.
Mientras,
sus compañeros Meléndez y Vertedor tienen que realizar el viaje
desde Tassayin a Melilla. El no haber comido les obliga a aceptar el
banquete que en su honor ha preparado el Jalifa de Tassayin.
Sentados
en el suelo, comiendo con las manos, y compartiendo plato con todos
los presentes, pueden deleitarse con una exquisita comida, siempre y
cuando no miren lo que ocurre a su entorno, ni el estado de limpieza
del local ni de los comensales.
Al
despedirse de los vecinos de la cabila de Tassayin los temores
iniciales han desaparecido y se han transformado en una decidida
gratitud por su colaboración, sin la que hubiera sido imposible
rescatar
la
avioneta.
Desde
Driuss el representante de la Sociedad Tabacalera se despide de ellos
y les proporciona un taxi para trasladarlos a Melilla.
En
el Aeropuerto de Melilla Gil explica al Oficial de Tráfico, y al
director, cual es la situación de la avioneta y su intención de
dejarla allí, hasta que puedan volver a poner la documentación en
regla y se le pueda realizar una minuciosa reparación.
Sin
saber que ha sido de sus compañeros se dirige Gil a la frontera de
Benianzar, donde solicita a los funcionarios su colaboración para
que le indiquen a Vertedor y Meléndez, cuando se presenten, que les
espera en el Parador de la ciudad.
Por
fin, al caer la noche, llegan al hotel Vertedor y Meléndez, cansado
pero contentos, al poder comprobar que Gil también ha llegado sano y
salvo.
Al
día siguiente es el socio José Olivares quien se desplaza a Melilla
a recoger a los aventureros. Una vez en Málaga se inician los
trámites con la Delegación de Material de Sevilla para poder
rehabilitar el avión ya que no dispone de la documentación de a
bordo.
Se
desplaza nuevamente a Melilla Vertedor, Gil, Mora y Eduardo Muñoz,
para realizar una nueva y más completa reparación y proceder a la
inspección del aparato por parte de Aviación Civil.
Autorizado
Gil a realizar el vuelo hasta Málaga, planean realizarlo con dos
avionetas en formación, haciendo Muñoz Aisa las labores de guarda,
por si ocurriera algún percance.
Sin
embargo nada más despegar de Melilla, el avión de Muñoz Aisa se
pierde en el horizonte, debiendo continuar el EC-DMV el vuelo en
solitario.
El
día presenta bastante nubes bajas, tantas que, cuando Gil estima que
se encuentra en el punto Bravo, comunica con la TWR de Málaga su
posición, indicando que, sin embargo, no puede ver el campo de
vuelos y ni siquiera puede ver el suelo. Le ordena la torre costear
hasta Torremolinos cosa que Gil realiza totalmente a ciegas, puesto
que las nubes y la niebla son cada vez más espesas.
Cuando
inicia la maniobra por un hueco de las nubes puede Gil ver la
plataforma de estacionamiento de la Base Aérea, por donde se cuela
prácticamente en picado y logra aterrizar. Cinco minutos después el
aeropuerto se encuentran bajo mínimos meteorológicos y el tráfico
tiene que ser desviado a Sevilla. La EC-DMV se encuentra de nuevo en
casa. La aventura había terminado.
Utrilla
Navarro, Luis; Historia
del Real Aeroclub de Málaga,
Málaga, 1998, CEDMA, Págs. 85-93.