EL
BUZON
Ya
no se reciben cartas. Ni aquellas postales de colores sobresaturados
que mandaba la familia cada vez que se iba de vacaciones, las cuales
servían como única referencia de aquel destino lejano e ignoto en
los tiempos de inopia anteriores a Wikipedia. El monumento de turno,
maravilla del mundo, con el matasello torcido de la ciudad en
cuestión, la playa de dorada arena con sus casetas para el baño y
sus sombrillas multicolores, su paseo marítimo de suelo ajedrezado
por el que desfilaban en bikini las turistas extranjeras y algún que
otro señor con sobrepeso y gafas de sol luciendo Meyba. Postales de
flamencas bailaoras con falda bordada cuyos encajes abultaban dentro
del sobre como si este contuviese una aerofagia de gases.
Tampoco
se reciben ya cartas de enamorados, con besos manchados de carmín y
prematuras promesas de amor eterno firmadas en las arrancadas
cuadrículas perfumadas de un cuaderno. Ni cartas de soldados de
reemplazo haciendo la mili lejos de casa, contando batallitas o los
efectos del desapego. Ni misivas de aquel familiar tan lejano que ni
siquiera tenía teléfono y que por carta te informaba del
fallecimiento de esa tía, a la que en casa ya nadie ponía cara, y
que estaba tan mayor y con una salud tan delicada que ni El Señor
pudo remediar lo irremediable. Incluso el recuento de christmas
navideños, que amenazaba con ser imperecedero, con los años va en
franco descenso.
Y
es que la tecnología ha exterminado aquel romántico proceso que
suponía sentarse a echar un rato escribiendo unas letras, con
cuidada o deficiente ortografía, para así dar rienda suelta a lo
que te saliese del alma en forma de prosa o verso. Por estos
adelantos, las nuevas generaciones se han perdido el áspero sabor de
la superficie engomada de un sello postal, así como el acre regusto
del cierre adhesivo de un sobre, y la eterna duda, de si la carta,
deslizándose por la pendiente de la ranura, habría entrado bien o
mal en la saca del buzón de correos. A cambio la ciencia nos ha
traído emoticonos, gifs y memes en abundancia, que serán reenviados
por un clic táctil desde el teléfono móvil, a fin de demostrarte,
de una forma indolente, que aún me acuerdo de ti, que te sigo
queriendo con la locura de esos corazoncitos palpitantes que con una
implosión de infarto se abren candorosamente formando una lluvia de
pétalos amorosos, y que aunque tú primo ya no haga la mili desde
que la quitaron, la tía, aquella a la que no pones cara, en contra
de lo previsto sigue gozando de una mala salud de hierro, y tiene
ahora un iPhone desde el que esta navidad te felicitará por WhatsApp
con un muñequito de nieve que baila graciosamente al ritmo del Ring
the Bell.
Son
los efectos del progreso evolutivo, el cual ha finiquitado incluso la
original utilidad de tu email como receptor de correo si deseado.
El
comunitario, aquel de forma física que en el portal lleva una
etiqueta con tu nombre y piso, se ha quedado para tragar indigestas
facturas a cucharazos de cartero, y ya nada afectivo alberga en su
interior: ni tiernos besos epistolares, ni sucesos de milicia, ni
desventurados malos augurios de familiares caídos en el olvido.
Únicamente la cuenta de la luz, el agua, el gas … y todos aquellos
otros gastos cargados al crédito económico que tenga cada uno.
Pero
sobre todas las cosas, el buzón cumple la inútil labor de ser el
depositario de la publicidad de tu ciudad. De los habituales folletos
y flyers que todos los días, inasequibles al desaliento, te
introducen los buzoneros por esa ranura que da acceso a tu vida. El
mailing del hipermercado más cercano con sus ofertas de productos
tres por dos, el panfleto de ese almacén de sofás de cuestionable
calidad que han abierto en el polígono, el perching de la academia
de idiomas que hay al final de la calle, el díptico del menú a
domicilio de la pizzería y el restaurante chino, el tríptico de la
inmobiliaria de la esquina que te quiere comprar tu vivienda o
venderte otra, la octavilla del banco ofreciéndote la hipoteca
perfecta para llevarlo a cabo, las tarjetas del cerrajero, fontanero
y el electricista para un caso de apuro, el catálogo de Ikea …
Todo
ese fastidioso correo comercial en suma que se te cae al suelo cada
vez que abres el buzón, y que entre maldiciones va directamente a la
papelera para ser reciclado, probablemente, en nuevos folletos. Un
ciclo estúpido y estéril en este tiempo en el que el marketing 4.0
ha hecho que una simple búsqueda en internet, sea convertida por tu
navegador en un banner que insertará en tu pantalla, ese producto
por el que tanto te interesas sea cual sea la página que abras.
El
tradicional del llamado buzoneo, en esa persuasión que la publicidad
convierte en necesidad, hace muchos años que perdió mí atención
como cliente potencial. Y es que como decía el filósofo de los
negocios Peter F. Drucker: No
hay nada tan inútil en el mundo, como hacer con gran eficacia lo que
no debería hacerse en absoluto.
Málaga,
22 de Octubre de 2018
EL
GRAN ALF-ALFONSO ZM