Granada, 15 de Febrero de 1810. La ciudad de Málaga por su situación geográfica, y por sus relaciones mercantiles con los ingleses, era tal vez entre todas las de la península la que contaba entre sus moradores mayor número de hombres inmorales, y propios de servir de instrumento al furor de aquellos enemigos del continente, que no perdonan medio para envolverlo en toda clase de males. Así es que a pesar de la conducta que observó esta capital del reino luego que recibió los avisos de acercarse el IV cuerpo de ejército imperial y real, lejos de imitar su ejemplo, trató de hacer una revolución, en la que presentaron como jefes un teniente coronel loco, y un puñado de frailes y de personas proscritas hace mucho tiempo por la opinión de los hombres de bien. Estos malvados, si más plan ni más objeto que obtener las promesas de los agentes de la Inglaterra, anticipándose la recompensa con el robo organizaron un saqueo en las casas más ricas de comercio, y empezaron a reunir de grado y de por fuerza a todos los que su edad les permitiese llevar las armas.
El Excmo. Sr. General en jefe del IV cuerpo del ejército imperial y real, informado de esta ocurrencia, salió de esta ciudad el día 4 de corriente, y llegó a paso de la garganta llamada Boca del asno, en donde 60 ó 70 paisanos armados, y entre ellos 600 ó 700 soldados dispersos, con algunas piezas de artillería, se habían hecho fuertes para defender aquella entrada, que juzgaban inexpugnable. La presencia de una sola columna bastó a hacerlos huir precipitadamente, dejando la artillería, víveres y efectos, unos 150 muertos y 100 prisioneros.
El día 5, a las 4 de la tarde, se presentaron las tropas francesas delante de la ciudad, en donde se habían reunidos más de 150 hombres y 200 caballos. La resistencia que estos pelotones desordenados quisieron oponer fue tan vana, como costosa su temeridad, pues mas de 20 pagaron su atrevimiento.
Aunque una empresa tan temeraria, añadida a los horrores y crímenes de que Málaga dio el ejemplo al principio de los alborotos asesinando torpe y bárbaramente entre otros al cónsul francés, hacía acreedora a aquella población a sufrir todo el peso de la guerra; la clemencia y humanidad del Excmo. Sr. General en jefe suspendió el terrible decreto dictado; y solo trató de restablecer en ella el orden y la tranquilidad. Para ello mandó ejecutar en la plaza a siete de los principales agentes de este último esfuerzo de la insurrección, entre los cuales hay un fraile. Los nombre de estos, los de otros que trataban de llevar el estrago y la desolación por los demás pueblos de la costa, los cuales han sido presos en Motril por la vigilancia del gobernador de esta última ciudad, formarán una lista, que lleva a la posteridad el objeto de la execración y de las maldiciones de todos los españoles amantes de su Patria; y los inocentes pueblos engañados no prostituirán los de aquellos que han deseado su bien con el epíteto infame de traidores, que darán en adelante a los monstruos que han tratado de destruirlos por servir a las intrigas infernales de los enemigos naturales del imperio francés y de la España.
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