lunes, 6 de abril de 2020

LA VENGANZA DEL ENANO ENVIDIOSO




LA VENGANZA DEL ENANO ENVIDIOSO
Antes de que cualquier ofendidito se precipite a perpetrar su enésimo asesinato moral sobre mí, me gustaría aclarar mi respeto absoluto hacia las personas de talla baja, así como hacia las que sufran algún defecto. Yo no soy de los que lloriquean ante la película Campeones pero que habrían consumado en cambio  su orgulloso genocidio eugenésico contra cualquiera de sus protagonistas mientras vivían en el claustro materno: técnica infalible de adiestramiento en el triaje para aplicarlo ahora a los ancianos, en tiempos de pandemia criminal.
Antonio Gramsci nació en Italia en 1891. Su baja estatura (apenas llegó al 1,50) y su mala posición económica tejieron en él un resentimiento monstruoso: el de querer cortar ideológicamente la cabeza a todo aquel que osara superarle en altura. Achacó su enanez a haberse caído a los tres años pero su autopsia reveló la mendacidad  de su argumento (en realidad padecía tuberculosis osteoarticular).
Llegó en su radicalidad mucho más lejos que Marx, quien había planeado que el proletariado como tal impusiera su dictadura. Gramsci en cambio tenía claro que debía ser una élite quien interpretara el interés general pisoteando la libertad individual, la justicia, la igualdad de oportunidades y el pluralismo político, como pretende hacer ahora el Gobierno con su cleptocrática interpretación del artículo 128 de la Constitución.  Como cualquier envidioso criminal él en realidad no estaba en contra de la élite, de los zares, de la casta… lo que quería era ocupar esos lugares sin oposición de nadie. Comenzó a advertir las inconsistencias del marxismo y creo el llamado Marxismo Cultural. El mal según él, estaba en la civilización occidental, en la religión católica,  en la identidad nacional o incluso sexual. Criticó la hegemonía o violencia simbólica que diría Bordieu, para acto seguido querer ejercerla él en mayor grado, con su dictatorial contracultura, pasar del prohibido prohibir al prohibido no prohibir cuando ocupara la élite imponiendo un pensamiento único. Inspiró a la Escuela de  Frankfurt, legitimadora intelectual del relativismo entendido como la  eliminación de todo lo que les molestara. Las víctimas serán ahora las malas y los delincuentes los buenos, la verdad y la realidad (sustituida por la propaganda) tan solo meras convenciones. Fundó el periódico L´ordine Nuovo en 1919 (inspirador nombre para el nuevo orden mundial) junto a Angelo Tasca y Umberto Terracini, ya se sabe, los progresistas siempre cerca de las tascas y de las terrazas, nunca del trabajo real. 
El Cardenal de Magistris cuenta cómo una monja lo vio arrepentirse antes de morir besando un niño Jesús, aunque sus seguidores lo niegan alegando que solo pretendía girar la cabeza para esquivar la fe. Al fin y al cabo la mentira es un arma revolucionaria para su admirado Lenin.
Sus acólitos sostienen que sus 100 millones de muertos son sólo 100 millones de casos aislados. Si los pilláramos disparando in fraganti dirían que solo había sido su mano a título particular, que somos unos conspiranoicos, unos Capitanes a posteriori, que no es el momento de criticarles (que es el momento de la unidad, mientras siguen apuñalándonos por la espalda), que sembramos odio o crispación, que somos nazis, aunque ellos sean nacional socialistas y nosotros liberales, o simplemente lo censurarían gracias a sus medios de desinformación. El Komisario del Gobierno (antiguo periodista para mayor afrenta), no incluiría jamás nuestras preguntas en la lotería de la corrección política.
Si introducen en Google: Marxismo cultural les informará el aparato (nunca mejor dicho) que se trata de una Teoría conspirativa conservadora y de extrema derecha... pues va a ser eso. ¡Mira que si el enano era de extrema derecha y no lo sabíamos! Milagros del relativismo que todo lo puede, como Polanco (antiguo jefe del NODO) gritando la noche del 23-F a su pupilo que dirigía el País: ¡Jamli... mañana abrimos apoyando al que gane! Y él pensando ¿quién me mandaría meterme en esto? 
El día de mañana seré académico de la lengua y me pediré la letra x porque digo clítorix en vez de clítoris, porque silenciaré los crímenes de míster x, porque todo lo que hacemos es tan obsceno. ... o porque en mi logia me han dicho que la x es un antiguo símbolo de transformación, como la que ha impuesto mi querido Gramsci para cargárselo todo por pura envidia.
La izquierda es la envidia travestida de ideología política.
Carlos Luis Martín Navarro

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