Cártama, 13 de Abril de 1939. Sobre la una
de la tarde, Miguel Faura Barrionuevo, con 23 años, se desplaza a la vecina
localidad de Pizarra, acompañado de su padre don Manuel Faura Gómez y del
Secretario del Ayuntamiento don Antonio Román Torres para acudir a su
presentación en la Caja de Reclutas de Ronda, ya que había sido declarado
prófugo por su quinta de 1937. Como estaba reclamado por la justicia de su
pueblo, porque algunos vecinos le habían visto acompañar a la patrulla de milicianos de Serrano con su moto en las ocasiones que salían a
ejecutar personas fuera del pueblo, le aconseja su padre tome el tren en
Pizarra donde es menos conocido. Pero allí fue reconocido por un vecino de
Cártama que lo denuncio a la Guardia Civil y rápidamente fue detenido cuando se
encontraba ya subido al tren.
El padre del muchacho, al percatarse de este suceso, irrumpió
en insultos al denunciante, que era conocido suyo, amenazas de ser fusilado y
ofensas a toda su familia
Sin embargo, a pesar de reconocérsele que solía acompañar al Serrano en sus fechorías y crímenes, durante el consejo de guerra a que fue sometido muchos vecinos de Cártama declararon y firmaron que era de buena conducta y que lo hacía coaccionado por aquel líder, bajo la excusa de que le enseñase a conducir la moto que poseía y que le había sido requisada. Se concluyó que no pudo disparar contra nadie, ya que no le dejaban portar armar porque no se fiaban de él. Al margen de los documentos recogidos la trasmisión oral de algunos vecinos cuenta que sentía mucho miedo cada vez que era llamado para acompañar a una patrulla y acabó por despeñarse con la moto por un terraplén simulando un accidente, para que no le llamasen más, lo que le costó romperse las dos muñecas además de perder la moto.
Sin embargo, a pesar de reconocérsele que solía acompañar al Serrano en sus fechorías y crímenes, durante el consejo de guerra a que fue sometido muchos vecinos de Cártama declararon y firmaron que era de buena conducta y que lo hacía coaccionado por aquel líder, bajo la excusa de que le enseñase a conducir la moto que poseía y que le había sido requisada. Se concluyó que no pudo disparar contra nadie, ya que no le dejaban portar armar porque no se fiaban de él. Al margen de los documentos recogidos la trasmisión oral de algunos vecinos cuenta que sentía mucho miedo cada vez que era llamado para acompañar a una patrulla y acabó por despeñarse con la moto por un terraplén simulando un accidente, para que no le llamasen más, lo que le costó romperse las dos muñecas además de perder la moto.
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